miércoles, 1 de julio de 2009

EL ARTE CRISTIANO Y LA PLASMACIÓN DE LA FE

Las manifestaciones del arte son múltiples y muy variadas. Nos podemos centrar en la pintura y en la escultura, ya que son, quizás, las artes que más tocan la sensibilidad de nuestro pueblo andaluz tan presto a la devoción a las imágenes, especialmente en este tiempo de pasión que se aproxima.
Como dice el Directorio de la Piedad Popular: “Una expresión de gran importancia en el ámbito de la piedad popular es el uso de las imágenes sagradas que, según los cánones de la cultura y la multiplicidad de las artes, ayudan a los fieles a colocarse delante de los misterios de la fe cristiana. La veneración por las imágenes sagradas pertenece, de hecho, a la naturaleza de la piedad católica: es un signo el gran patrimonio artístico, que se puede encontrar en iglesias y santuarios, a cuya formación ha contribuido frecuentemente la devoción popular. Es válido el principio relativo al empleo litúrgico de las imágenes de Cristo, de la Virgen y de los Santos, tradicionalmente afirmado y defendido por la Iglesia, consciente de que “los honores tributados a las imágenes se dirige a las personas representadas.” (DPPL 18).
La Iglesia siempre ha defendido el uso correcto de las imágenes en la piedad. Frente a las iconoclastas de todos los tiempos que argumentan desde la prohibición de las imágenes en el AT, la Iglesia siempre ha recordado la derogación de la ley antigua y el hecho que desde la Encarnación el invisible se ha hecho accesible a nosotros, que hemos visto con nuestros ojos, lo hemos contemplado, lo han tocado nuestras manos (cf. 1 Jn. 1,1). Por el otro lado también la Iglesia ha tenido que llamar la atención frente a desvíos flagrantes y usos realmente inadecuados de las imágenes sagradas. Las cosas en su justo término, debemos concluir.
Así, desde esta perspectiva, realista y positiva, de la Iglesia se ha desarrollado a lo largo de los siglos un más que importante patrimonio cultural y religioso que traspasa las fronteras de la Iglesia y se constituye en patrimonio de toda la cultura occidental y de toda la humanidad. Todo ello constituye un vasto capítulo de fe y belleza en la historia de la cultura, del que se han beneficiado especialmente los creyentes en su experiencia de oración y de vida, pero también los amantes de la cultura y el arte. Para muchos de ellos, en épocas de escasa alfabetización, las expresiones figurativas de la Biblia representaron incluso una concreta mediación catequética.
Desde los sencillos comienzos del arte paleocristiano de las catacumbas, presto a desarrollar una sobria simbología (crismones, panes y peces…) y las primeras manifestaciones de imágenes del Señor (Jesús maestro o buen pastor), pasando por la fantástica iconografía oriental del Medioevo, ávida por representar la divinidad de Cristo y la santidad de Santa María y de otros santos; pasando por los preciosos e hieráticos Cristos románicos, donde se intenta plasmar la realeza y la majestad de Cristo, ya sea en la cruz, ya sea en la gloria de su orla mística; pasando, así mismo por la dulcificación en los gestos de las imágenes góticas más propensas a plasmar la humanidad del Señor y la maternidad de la santísima Virgen (haciéndose populares las imágenes dolientes del Señor en la cruz o de la virgen dando de mamar al niño), cientos de artistas anónimos nos han dejado el testimonio de su fe y de su esperanza; pasando además por el renacimiento y su interés humanista, científico y mundano (en el buen sentido de la palabra), como no recordar aquí a Da Vinci o a Miguel Ángel en Italia y en España a los escultores Doménico Fancelli y sus sepulcros, o Berruguete y Juni, a los pintores como Luis de Vargas o Luis de Morales, el divino Morales, que trabajó junto a san Juan de Ribera en Valencia, o el Greco y tantos y tantos otros.
(Documento elaborado por Mariana Rubio)